En el marco de la COP28, se ha gestado un hito histórico con la firma del Acuerdo de Dubái por parte de 198 naciones. Este pacto, gestado como respuesta inmediata a la crisis climática, destaca por reconocer de manera explícita la urgencia de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de forma profunda, rápida y sostenida, alineándose con las trayectorias que buscan limitar el calentamiento global a 1,5ºC.
Los fundamentos de este acuerdo constituyen una amalgama de objetivos ambiciosos y concretos, trazados con el propósito de redirigir nuestras sociedades hacia la sostenibilidad genuina. El objetivo para el año 2030 busca triplicar la capacidad global de energías renovables y duplicar la tasa de mejora de la eficiencia energética a nivel mundial. Estas metas representan un compromiso colectivo para transformar radicalmente la forma en que generamos y utilizamos la energía.
La aceleración en la reducción del uso de carbón, el impulso hacia sistemas energéticos con emisiones netas cero y la transición ordenada de los combustibles fósiles son pasos audaces que reflejan la comprensión global de la necesidad inminente de transformación. Este acuerdo traza una hoja de ruta que nos conduce hacia una realidad en la que la dependencia de los recursos fósiles es cosa del pasado.
El énfasis en el desarrollo de tecnologías limpias constituye otro elemento crucial. El acuerdo aboga por acelerar la implementación de energías renovables, energía nuclear y tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Este enfoque estratégico busca no solo mitigar las emisiones en los sectores difíciles de reducir, sino también fomentar la innovación y el progreso tecnológico.
La visión del Acuerdo de Dubái va más allá de la simple reducción de emisiones de CO2; busca abordar otras emisiones perjudiciales. La meta de reducir sustancialmente las emisiones de gases distintos al dióxido de carbono, con un enfoque especial en la reducción del metano para 2030, demuestra un compromiso integral con la salud del planeta.
Además, el acuerdo aborda aspectos cruciales como la financiación para la adaptación, la detención de la deforestación, la resiliencia de infraestructuras y la mitigación de los impactos del cambio climático sobre la erradicación de la pobreza. Estos compromisos reconocen la interconexión de los desafíos que enfrentamos y la necesidad de soluciones holísticas.
En el ámbito de la cooperación internacional, el acuerdo reconoce el papel clave de las empresas en esta transición. La necesidad de incentivos, normativas y condiciones adecuadas para orientar las inversiones hacia la reducción de emisiones de CO2 se erige como un llamado a la acción para el sector privado.
El Mecanismo Tecnológico, respaldado por la inteligencia artificial, emerge como una herramienta vital para facilitar el desarrollo sostenible. La capacitación, el intercambio de conocimientos y la asistencia técnica se perfilan como medios esenciales para impulsar la transición hacia prácticas más sostenibles.
Aunque el acuerdo no impone sanciones, su fuerza radica en su capacidad para servir como brújula moral y guía compartida. La presentación transparente y clara de las contribuciones nacionales cada 5 años subraya el compromiso con la responsabilidad y la rendición de cuentas.
El Acuerdo de Dubái no es simplemente un tratado; es una declaración colectiva de intenciones para abordar la crisis climática. Aunque los desafíos son inmensos, este acuerdo representa un paso crucial hacia un futuro más sostenible, donde la urgencia climática se enfrenta con una determinación global sin precedentes. La COP28 ha plantado las semillas de la acción; ahora, depende de la humanidad regarlas con esfuerzos concretos y continuos para cosechar un mundo más resiliente y equitativo.
Chile, como país con las mayores reservas de cobre y litio, minerales claves para la transición hacia energías limpias, puede convertirse en un actor relevante en el mundo para el desarrollo de tecnologías limpias que permitan contener la temperatura del planeta bajo los 2° Celsius. El desafío está en tener la capacidad de dar respuesta a esa cada vez más creciente demanda mundial de minerales, y seguir avanzando en una mayor sostenibilidad en sus procesos productivos para que los beneficios de la extracción de estos minerales sea mucho mayor a los impactos evidentes que genera su producción.